domingo, 11 de noviembre de 2007

NOS TRASLADAMOS

Atención, atención!!!!!

Nos vamos a trasladar de sitio. En breve empezaremos a trabajar desde otro lugar, por supuesto, también en la red. Estamos con los últimos preparativos, pero para que podáis ir viendo como está quedando nuestro nuevo lugar de reunión os facilito la dirección:

http://lenguayorientacion.wetpaint.com/

Espero que os guste.

Hasta luego.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Tristán en Egipto

Todo empezó con un fax.
Mi prima Violeta y yo habíamos ido a casa de Tristán para estudiar. Estábamos en vísperas de unos parciales que los malignos gestores de nuestra educación nos habían colado por sorpresa. El primero iba a ser de matemáticas: integrales y derivadas.
Yo le había preguntado a Violeta, que está en la misma clase que Tristán y yo, si sabía de qué iba el tema.
Las integrales con unas galletas que toma mi hermana, que es una estreñida crónica; en cuanto a las derivadas, ni idea.
-En serio, mujer.
-Bueno, sé un poco más, pero tan poco, tan poco, tan poco...
-Quizá Tristán nos podría echar un cable sugerí.
-Bueno. Habla con él, podríamos quedar para esta tarde. Si no hay más remedio...
Violeta suspiró con un falso mohín de fastidio. Me reí como un conejo para mis adentros. A Violeta le gusta Tristán, pero no se lo reconoce ni a ella misma. Me fui en busca de Tristán, a quien le encantó tanto el plan que, para disimular su alegría, fingió un acceso de tos y se atragantó. Tuve que ir a buscarle un vaso de agua. Es del dominio público que Tristán está loco por Violeta desde el primer día que la vio, pero él tampoco quiere reconocerlo.
Las cosas del amor son bien curiosas. Tristán, que es un tipo locuaz y que derrocha desparpajo, ante Violeta se pone huraño, enrojece y farfulla incoherencias. Violeta, generalmente alegre y charlatana como una joven cotorra, ante Tristán enmudece, frunce el ceño y se queda como fascinada por un botón del jersey.
La cuestión es que, por la tarde, nos presentamos en casa de Tristán. Nos salió a abrir él mismo, ataviado con un mandil de cocinero, con el pelo lleno de harina y cara de desconcierto.
-No os esperaba tan pronto.
-Pues ya son las seis -Violeta le mostró el reloj.
-¿Las seis? ¡El soufflé! -salió disparado hacia adentro-. ¡Fermina, apaga el horno!
Entramos, cerramos la puerta de la calle y nos dirigimos al despacho del padre de Tristán, que era el lugar donde solíamos reunirnos para estudiar, porque era amplio y agradable, tenía los butacones más cómodos de la ciudad y estaba permanentemente libre porque su padre siempre estaba fuera. Era una especie de cónsul volante, embajador itinerante o algo por el estilo, que se pasaba la vida viajando por esos mundos de Dios y sólo paraba en casa de tanto en tanto. Nos apoltronamos.
-Bien, ya estoy aquí.
Tristán apareció quitándose el mandil, y con un suspiro de alivio confirmó que el soufflé se había salvado in extremis. Se derrumbó en un inmenso sillón Chester levantando a la vez una nube de harina mientras Fermina, siempre silenciosa, entraba con una bandeja sobre la que temblaba delicadamente un soufllé. La dejó sobre la mesa. Violeta y yo olfateamos la merienda. A mí se me hizo la boca agua. Violeta me miró y me dijo: 'A mí también'. Nunca dejará de sorprenderme la habilidad que tienen las mujeres para adivinarte el pensamiento.
Devoramos el soufflé de queso en silencio. Era esponjoso, ligero... delicioso. No dejamos una miga.
-Espero que os haya gustado -dijo Tristán.
-Buenísimo -le contesté relamiéndome.
-No está mal -Violeta, consciente de pronto de que las chicas sofisticadas no devoran como un cocodrilo en ayunas desde hace un mes, dejó de masticar, tragó y se limpió delicadamente los labios con la servilleta.
-Esto es una merienda racional, y no una triste hamburguesa grasienta acompañada de patatas fritas en aceite reciclado, ja -Tristán saboreaba su triunfo y una miga que le había quedado adherida al puño de la camisa.
Violeta y yo lo miramos alarmados.
-Totalmente de acuerdo -exclamamos a dúo.
Tristán es mi mejor amigo y lo quiero mucho, pero tiene todas las virtudes menos la de la concisión cuando toca un tema que le gusta, y la gastronomía le gusta mucho. No sólo sabe comer sino que además cocina, y sabe todo lo que hay que saber al respecto, y le encanta contarlo; si no lo frenábamos, era capaz de lagarnos una conferencia de hora y media sobre lo nociva que es la comida basura y las bondades de la dieta mediterránea para el cuerpo y el alma.
-¿Qué tal si entramos en materia? -sugerí.
Frustrado en su intento de iluminarnos sobre nutrición, Tristán blandió los apuntes de matemáticas ante nuestras narices.
-Eso. ¿Qué diablos son las integrales?
-Ya te lo he dicho, Guillermo: son las galletas que toma mi hermana, la que no va ni a tiros y se le pone un humor que...
Violeta estaba en onda y Tristán, escandalizado, empezó a largar aquello de que el cálculo integral es una de las partes del cálculo infinitesimal, que tiene por objeto determinar las cantidades variables conociendo sus diferencias infinitamente pequeñas, cuando un fax que estaba instalado encima de una cómoda lanzó un pitido.
-Un fax.
-Sí, un fax.
Tristán se levantó, se acercó al aparato y se quedó contemplándolo fijamente. Aunque nunca les hubiera reprochado nada a sus padres ni en público ni en la intimidad, supongo que para sus adentros habría preferido tenerlos más cerca; porque sí su padre viajaba sin parar, su madre, que era ingeniera especializada en teleféricos ligeros, aún aparecía menos por casa.
El aparato soltó un chasquido y, con un rumor mecánico, empezó a expulsar una tira de papel que, al llegar a los treinta centímetros de longitud, se retorció, se soltó y cayó al suelo. Tristán la recogió y se puso a leer.
Eran apenas media docena de líneas a máquina y una firma ilegible. La releyó de nuevo, pero esta vez con un mohín de disgusto. Arrugó el fax y lo arrojó a la papelera.

-¿Qué pasa?
Las mujeres, siempre tan curiosas.
-Mi padre. No sé cómo ha descubierto que dentro de quince días hay un puente monstruoso y quiere que lo aproveche para ir a verlo a El Cairo.
-¡A Egipto! ¿Vas a ir?
-Qué remedio -suspiró Tristán.
-¡A eso le llamo yo suerte!
-¿Suerte? Ya he estado tres veces en Egipto. Es un fastidio.
-Eres un berzas. ¿Tú sabes lo que daría yo por ir a Egipto?
La verdad, daban ganas de ahogarlo.
-Un berzas integral; a la gente corriente, a lo sumo, nos llevan a esquiar o a pasar quince días en la playa, y a ti te proponen las pirámides y encima te quejas -le espetó Violeta.
-Sí -añadí yo-. Las pirámides, la esfinge, las momias, las... las...
Se me acababan los argumentos, pero Violeta salió en mi auxilio.
-¡Las... los oasis!
-Y el museo de El Cairo -concedió gentilmente Tristán.